domingo, 4 de septiembre de 2011

EL REENCUENTRO




Era primavera en la península itálica; el año, 217 a.C. Aníbal había instalado su campamento cerca de Faesulae, donde se recuperaba de la pérdida de su ojo derecho causada por una infección que lo había atacado al atravesar el pantano del valle de Arnus.
No tenía más opción que esperar. Su salud y la presencia de dos ejército romanos le impedían avanzar sobre Roma. El Cónsul Gneo Servillo, apostado en la carretera que atravesaba Umbría y el Cónsul Cayo Flaminio, al ocupar el camino a Etruria, bloqueaban todos los caminos.
Aníbal había analizado la situación, y sabía que el avance era extremadamente difícil. Había perdido muchos hombres y los que quedaban, habían sufrido lo indecible; cuatro días hundidos en el pantano, atacados por los mosquitos y abrasados por un sol calcinante, hombres y bestias, que se caían de cansancio, se ahogaban; otras, las que sobrevivían, contrajeron graves enfermedades. Ni la noche les traía descanso, ya que su objetivo inmediato era alcanzar las tierras firmes.
Al mediodía del cuarto día, delante de sus ojos, se elevó el valle. Las tropas finalmente podrían descansar y recuperarse.
Aníbal envió una patrulla a inspeccionar los alrededores y descubrieron una aldea rodeada de fértiles campos y abundante ganado.
Instalaron el campamento y el estratega puedo finalmente recibir la postergada atención médica. Aníbal, sucio y dolorido, tenía un aspecto horrible; su ojo derecho, cubierto de un velo gris. No decía nada, pero sufría dolores terribles; mostrar signos de debilidad  socavaría la moral de  su tropa.
Antes de retirarse dio instrucciones a sus oficiales y se interesó por sus hombres. Finalmente dio instrucciones para cuando llegara Ábalos, el correo de Iberia, que se le hiciera pasar sin dilación, ya que traía noticias de su esposa e hijos, desde Qart-Hadasth.
Una vez en su tienda, se recostó en la oscuridad, le vendaron los ojos y le aplicaron ungüentos y compresas frías para baja la fiebre. Solo se alimentaba con sopa caliente.
Dos hombres montaban guardia, cuando una figura encapuchada, sucia la túnica, emergió de la noche delante de ellos, mostrándoles un disco de arcilla con el símbolo grabado sólo conocido por los púnicos. Era el salvoconducto del correo.
-General, Ábalos ha llegado.
-Hazle pasar, dijo sin levantarse.
La figura entró y cerró tras de si la tela que hacía las veces de puerta; Aníbal percibió un olor dulce y agradable, que no podía identificar, pero estaba seguro que ése no era Ábalos. Se sentó de un salto y blandió un cuchillo que escondía debajo de la almohada.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡¡Contesta!!, -dijo mientras se descubría el ojo sano para poder ver al extraño que acaba de entrar.
- No temas amor mío...he venido a cuidarte.-dijo una voz suave mientras se desprendía de su sucia túnica y se quitaba la capucha y avanzaba hacia él. Se arrodilló y tomó con sus manos la cara de Aníbal; eran suaves como la seda, sus ojos verdes aceitunados y su piel morena y tersa...¡sin dudas! Era Himilce.
Se fundieron en un abrazo mientras el sorprendido general solo atinaba a balbucear algunas palabras:
-Himilce, ¿tú...aquí? ¿Cómo es posible? Oh, Dioses, ¿es un sueño?...pero...¡¡¡cómo!!!
De pronto, con furia en los ojos dijo: “¡¡¡Mataré a ese perro de Ábalos!!!”.
Himilce le puso  un dedo en sobre los labios para que callara y suavemente le empujó de los hombros para acostarlo de nuevo; tomó un paño empapado en agua y lo puso sobre su frente para calmar la fiebre.
-Calma tu ira, mi Señor, Ábalos no es responsable. No pudo impedir los deseos de una mujer enamorada que ansiaba ver a su marido. Su disfraz y su identidad de comerciante facilitaron mi propósito. Ahora te cuidaré para que te recuperes pronto, tus hombres te necesitan-
Ella acariciaba sus cabellos y también su alma, con su dulce voz. Una inmensa paz se apoderaba de su cuerpo y su mente, aflojando sus músculos. El dolor empezaba a mermar y la fiebre, a disminuir. Sentada en un escabel, junto a su cama, le hablaba dulcemente, le acariciaba, le confortaba.
-En Qart- Hadasth siguen de cerca la guerra a través de los correos que mandas; el pueblo te aclama como el héroe que eres y todos confían en tu victoria sobre Roma y esperan tu regreso. Serán nombrado Sufete y tendrás Gloria y reconocimiento por siempre-
-¿Cómo has llegado hasta aquí?. La voz de Aníbal era suave y calmada.
-Tu hermano, Asdrúbal consideró que era mejor que me embarcara rumbo a  Carthago, pues en la ciudad corrían rumores de conspiración contra mi y nuestro hijo. En alta mar se desató una tormenta, y ésta, me empujó hacia ti. Ansiaba volverte a ver, aunque sea por poco tiempo, porque sigo muy enamorada y te echo mucho de menos, amor mío-
Al oír esto, Aníbal sonreía mientras apretaba la mano de su esposa.
Siempre había dudado del amor de la princesa porque fue casi obligada  por su padre a casarse con él, pero su presencia allí desafiando todos los peligros le demostraba o equivocado que estaba.
-¿Y nuestro hijo?
- Aspar echa de menos a su papá y pregunta mucho por él. No te preocupes, está a buen resguardo, y es un niño feliz.-
¡-Tengo tantas ganas de abrazarle y tenerlo conmigo!-
-Algún día lo harás, cuando termine esta aventura  y tu propósito en esta vida, mi Señor...te estaremos esperando. No dudes de mi lealtad y de mi amor; nada nos separará jamás, ni las guerras, ni la misma muerte. Te quiero desde el primer día en que te vi, en el Palacio de mi padre, tan apuesto, con tus mejores galas para impresionar a todo el mundo.
-Y tú paseabas distraída por el jardín y mirabas de reojo, haciendo como que no querías mirar, tan seria y tan distante.
-La siguiente vez que nos vimos, al poco tiempo, fue en tu Palacio de Qart-Hadasth, donde acudieron otros reyes con sus hijas a ofrecerte alianzas y tú anunciaste que tomarías a una de ellas por esposa.
-Si!, pero yo ya había decidido, porque quedé prendado de tu belleza desde la primera vez que te vi.
-...y la noche anterior a tu anuncio de  nupcias viniste a verme y a declararte. Fue maravilloso amor mío, me sentí la mujer más afortunada del mundo.
-Te entregué la granada, símbolo de amor, y con ella, mi corazón y mi alma para siempre.
-Fue un tiempo maravilloso...hasta que tuviste que partir a guerras y campañas...
Himilce recordaba que, mientras éstas eran en la península, podían verse al término de cada una de ellas. Su esposo podía viajar fugazmente y solía parecer en palacio sucio y hambriento. Pero cuando hubo de emprender  el camino a Italia, temió no volver a verlo pronto, antes que alguna flecha o espada enemiga acabase con su vida y así, perder al gran amor de su vida.
Sus suaves caricias y el tenue sonido de su voz sumieron a su amado en un profundo sueño, mientras la fiebre bajaba y ella le acariciaba el pelo y la frente sin cesar.
-Duerme, Amor mío, tu destino está forjado en las estrellas, Ganarás muchas batallas, pero no podrás ganar la guerra, ni evitar que muera el sueño de tu estirpe, ni podrás evitar la destrucción de tu ciudad. Las águilas de Roma te perseguirán por siempre, hasta que un día, cansado y abatido te volverás a reunir conmigo y seremos felices juntos en nuestro reino de paz...adíos, esposo mío
Se inclinó, besó sus labios y se puso de pie. Volvió a ponerse la túnica y la capucha que ocultaba su rostro, lo miró por última vez y salió de la tienda desapareciendo en la niebla de la noche.
Cuando entró el médico tras atender a los heridos y enfermos se sorprendió de encontrarlo dormido y sin fiebre, con el rostro relajado y sin esa mueca de dolor de los últimos días. Su respiración tranquila indicaba que se encontraba mejor.
Al abrir los ojos, despertando de su sueño, vió al médico junto a él, donde antes estaba Himilce.
-¿Dónde está la Princesa?, preguntó un poco aletargado aún.
- ¿Cómo dices General?
- Himilce...estaba conmigo, me reconfortó y me cuidó!
-Sin duda fue un sueño, no tengo constancia de que la princesa haya estado.
Un guardia anuncia la llegada de Ábalos.
-Que pase inmediatamente!
Ante el asombro de Aníbal, ingresó a la estancia una figura encapuchada, pero, al descubrirse no era la princesa, era el correo que se hacía pasar por  comerciante; esta vez, era ciertamente Ábalos. La amargura y la tristeza de su rostro eran evidentes.
  • General. Traigo noticias que jamás desearía darte...ante la amenaza de secuestro de tu esposa e hijo por parte de espías romanos, se tomó la decisión de embarcarles rumbo a Qart-Hadasth, donde pensamos, estarían seguros, pero una tormenta hundió la nave y no hubo sobrevivientes
  • Al decir esto, Ábalos cayó de rodillas, agachó la cabeza llorando y rogándole a Aníbal que lo matase por traer tan terribles noticias. Éste tendió la mano y le levantó la cara por la barbilla.
  • -Sólo has cumplido con tu deber y te has arriesgado tu vida por ello. No temas mi ira y llévate mi agradecimiento por tu lealtad, ahora retírate. Ábalos se levantó y salió de la tienda como alma en pena
Pasados unos días, el médico certificó la mejoría del general y éste se levantó para empezar a trabajar en la consecución de la campaña. Pronto estuvo totalmente recuperado y la guerra con Italia se reanudó; pero el recuerdo de aquella noche le acompañaría toda la vida...la noche en que su mujer acudió a cuidarlo desde un lejano lugar...al que él viajaría un día para reunirse con ella, porque su amor era eterno.