domingo, 18 de octubre de 2009

9. LA BATALLA DEL LAGO TRASIMENO

Flaminio, con dos legiones (25.000 hombres), se había atrincherado en Arezzo mientras Gémino, con otras dos legiones, lo había hecho en Rímini. Aníbal tenía que pasar por uno u otro sitio y entonces el cónsul esperaría a que llegase su colega para unir sus ejércitos y atacar juntos. Pero Aníbal conocía bien a Flaminio, el exterminador de los ínsubros que ya había probado las mieles del triunfo. Llegó frente a su campamento, pero Flaminio no salió, entonces Aníbal se dedicó a quemarlo todo a su alrededor, incendiando cosechas y pueblos hasta que a Flaminio se le acabó la paciencia y dejó su campamento para enfrentarse al púnico. Aníbal se retiró por la orilla del lago Trasimeno perseguido por Flaminio. Aníbal retrasó su marcha para que la llegada al lago coincidiera con el atardecer y montó su campamento. Flaminio hizo lo mismo cuando ya había anochecido y ambos enemigos se dispusieron a pasar la noche. Al amanecer del 21 de junio de 217 a.C., los jinetes romanos informaron a Flaminio de la marcha de Aníbal antes de las primeras luces. Encolerizado, Flaminio ordenó perseguirle y todo el ejército romano se lanzó a marchar por la orilla del lago de la que surgía una fuerte neblina que subía hacia las colinas que bordeaban el lago y que ocultaban a todo el ejército cartaginés que veía pasar a los romanos ante ellos. En un momento, Aníbal dio la orden de ataque y 50.000 galos, españoles y africanos cayeron gritando sobre los desprevenidos legionarios que no tuvieron tiempo de formar sus líneas y que murieron luchando allí donde estaban. Fue una carnicería. Los que intentaron salvarse a nado se hundieron en el lago bajo el peso de su armadura, Flaminio fue rodeado por los supervivientes de las tribus ínsubras a las que había exterminado cinco años antes y tras luchar épicamente hasta el final cayó muerto. Las pérdidas romanas ascendieron a 15.000 muertos y 10.000 prisioneros. Todo
el ejército romano fue muerto o capturado. las pérdidas cartaginesas fueron de 2.500 muertos. El pretor de Roma convocó al pueblo en el Foro y dijo: "Hemos sido derrotados en una gran batalla". Pero no acabó ahí la cosa. La caballería de Gémino, que avanzaba para unirse a Flaminio y que ignoraba la batalla se metió directamente en otra trampa y resultó exterminada. 4.000 hombres más.
Aníbal invitó a los etruscos a unirse a él, pero este pueblo italiano, descendiente de las oleadas invasoras de Los Pueblos del Mar llegadas allí 1.000 años antes había sufrido demasiado la fiereza romana como para pensar siquiera en volver a empuñar las armas contra la odiada Loba. El pueblo etrusco había sido borrado ya de la Historia por la implacable fiereza de Roma. Una Roma que, una vez más, encontró al hombre capaz de afrontar el peligro y el Senado nombró dictador (magistratura que concedía máximos poderes militares a un hombre durante seis meses) a Quinto Fabio Máximo.
Aníbal ya podía marchar sobre Roma cuando quisiera. Los romanos destruyeron los puentes sobre el Tíber y, no viendo otra solución, adoptaron una medida que permanecía arrumbada desde hacía treinta años: eligieron un dictador. La elección recayó sobre un tal Fabio Máximo, hombre de edad, famoso por sus ponderadas decisiones. Aunque era querido por todos, Fabio era un aristócrata y lo desmostraba: nunca se había avenido a preguntar cuál era la opinión del pueblo.Por su parte, Aníbal desplegó una estrategia muy cautelosa, hecho sorprendente en un militar tan inclinado a la ofensiva. A pesar de su gran victoria en el lago Trasimeno, no quiso atacar a Roma en el acto; antes confiaba en poder aislar al adversario de sus aliados. Destruyéndolo todo a su paso, atravesó la Umbría en dirección a la Italia meridional, para demostrar a sus habitantes que Roma era incapaz de protegerlos. Con una mano los aporreaba, mientras tendía la otra ofreciéndoles su alianza. Aníbal combinada una agresividad irresistible con una típica astucia púnica; ello lo convirtió en uno de los más grandes capitanes de la historia. Pero nada pudo contra la solidaridad de las instituciones políticas romanas. Ningún aliado se asoció al invasor. Todos consideraban a Roma como su protectora natural contra los cartagineses y los galos.Como Pirro, Aníbal subestimó la cohesión del conglomerado romano y su capacidad de resistencia. En tiempos de Pirro todavía dolían las heridas causadas por la guerra contra Roma en regiones como el Samnio. Pero transcurridos sesenta años, otras generaciones regían la política en todas partes de Italia, y la gente joven, sobre todo sentía amenazado su porvenir si Roma caía.
El nuevo dictador contribuyó también a salvar a Roma con su inteligente y prudente manera de dirigir la guerra. Determinado a evitar toda batalla campal, al contrario de lo que hiciera su predecesor Flaminio forzando la solución a toda costa, Fabio Máximo se limitó a hostigar al enemigo con incesantes escaramuzas de menor cuantía, para agotarlo. Estas guerrillas permitieron a las tropas romanas recién reclutadas adquirir experiencia en tal género de lucha; además, cada nuevo éxito aumentaría en los bisoños la confianza y la eficacia. Fabio ocupó en la Campaña un paso obligado del ejército de Aníbal. Los cartagineses iban a encontrarse en una situación en que todo parecía predecir un buen desquite por la derrota del Trasimeno.Pero Aníbal consiguió salir del mal paso. Ordenó a sus soldados buscar leña y hacer gavillas; al llegar la noche, hizo atar los haces a los cuernos de unos dos mil bueyes formaban parte de su botín; éstos con los haces encendidos, fueron luego lanzados hacia una de las cuestas que delimitaban el desfiladero, al mismo tiempo que los soldados golpeaban constantemente su escudo. El ejército romano que custodiaba la salida del paso, al ver correr tantas antorchas a lo largo de la vertiente, creyó que los cartagineses se escapaban por el monte y se precipitó a su encuentro. Cuando se descubrió el engaño, Aníbal había pasado al puerto con su ejercito.
Si Fabio hubiera podido rematar su plan, los romanos le hubieran aclamado como salvador de la patria. Se empezó a murmurar que el anciano dictador había perdido el juicio, que era un obseso y hasta un "contemporizador" (Cunctador). Uno de los adversarios más acérrimos del dictador era su general de caballería, Minucio. Bastó que Minucio consiguiera una modesta victoria sobre los cartagineses (en realidad se trató de una escaramuza sin importancia) para que le invistieran de un poder igual al del dictador. Minucio se vanagloriaba de haber vencido a Aníbal, algo que no había conseguido el dictador de Roma, y se puso al frente de una parte del ejército, dejando la otra a Fabio. El ejercito romano se dividió, pues, en dos partes, al frente de las cuales había sendos generales que aplicaban principios estratégicos con frecuencia opuestos.
Naturalmete, falto tiempo a Minucio para hacer gala de su talento militar: su ejercito no fue aniquilado gracias a que Fabio llegó a tiempo para socorrerle. Entonces, el pueblo retiro el mote de Cunctator al dictador y le aclamo como "escudo de Roma". El poeta Ennio, que escribio poco después una historia de Roma, dice en verso: Unus homo nobis cunctando restituit rem (Sólo un hombre transigiendo, nos restituyó el Estado).

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